…Y me da por pensar que tengo forma de X. La X de una ecuación sin respuestas. Bloqueada por sus cuatro puntas. A veces me da por pensar que yo soy muchos seres que andan caminando como hormigas en un edificio de cuatro pasillos. Un edificio que de mirarse desde alto, nos recordaría una X de ladrillos. Muchos Marios encontrándose con otros Marios. Marios de épocas y días distintos, porque cada día, con cada amanecer, con cada vuelta de las agujas, amanece un Mario, y con cada noche y sueño, va a parar el Mario de ese día al edificio con silueta de X.
Lo único que hacen los Marios es repetir y repetir hasta el infinito lo que hicieron ese día. Un edificio de 22 pisos. Para el 12 de junio de 2005, si el fin del mundo no ha llegado, inauguraré el piso número 23. Voy a rumbo de rascacielos.
Y un Mario le dice a otro Mario (dos meses menor) o no sé bien si le explica, ya que el tono del habla es particularmente ambiguo y sólo él sabrá. En fin, le habla y le habla te fijas Mario de febrero, que en el cuaderno cuando tomas notas y escribes tu ilegible letra viene una y pum, te sorprendes a ti mismo, porque el trazado es de Método Palmer y chas, tienes que borrarla porque no era la palabra que tenías que escribir sino la que pensabas. Mira, le contesta el menor, yo he estado en este edificio de 22 1/2 pisos más tiempo que tú. Al Mario (dos meses mayor) le intriga que su interlocutor haya respondido de manera soez y se marcha a barbotar incoherencias.
Y en el piso 6, el Mario 2373 piensa, abstraído, mientras ve la luz intermitente de algo que parece ser un electrodoméstico. Él sigue pensando que si voltea y vuelve su mirada hacia la luz intermitente, ésta durará más tiempo en pasar de un estado a otro, de destello a eclipsado o de eclipsado a destello, dependiendo de cuando Mario 2373 comenzó a mirar. En esa actividad pasa horas y no halla mayor regocijo que seguir y seguir, y no parar.
Hay 202 Marios esperando por la inauguración del piso 23. Hay otros pisos en construcción. Por el esqueleto estructural de los futuros pisos no se ve ningún Mario. La entrada al 23 está absolutamente restringida. Si quisiera predecir mi rostro sólo tendría que buscar en el pasado, en las fotos, donde el fluido del tiempo se detiene. Buscar no en las fotos mías, sino en las de Papá o Abuelo, del mismo modo en que mi Papá puede verse en el futuro escudriñando las fotos del suyo, Oscar Morenza, su padre, mi Abuelo, el esposo, el músico, el vecino. Sólo una vez me atreví a ver los primeros pisos, los del sótano. Allí hay una serie de habitaciones. Hay Marios. Muchos Marios embriones, a razón de diez por habitación. En cápsulas del tamaño de botellones de agua. Y no en literas como se exigió a partir del piso quince en adelante, a consecuencia de la proporción espacio-cantidad centímetros cúbicos de los Marios1. En el último de los pisos del sótano, hay un abismo que, deduzco, va a ninguna parte. El Mario 6305 se lanzó por ese precipicio y jamás se escuchó el estallido de ningún hueso contra superficie líquida o sólida. Según se murmura entre los Marios que lo conocieron mejor, entre el 6029 y 6394 –sus compañeros de año y piso– aquél sufrió un ataque de sensibilidad cuando nadie quiso escuchar su discurso y decidió eclipsarse, abandonar para siempre su estado de destello. Otras versiones señalan que peleó con el Mario 6306, su más cercano Mario, porque éste, al día siguiente, hizo lo contrario que el primero había planeado concienzudamente.
Cada once de junio se lleva a cabo un censo. Hasta ahora sólo se ha perdido un Mario de los 8237. Mañana, primero de enero, llegará el Mario que hoy escribe y ha decidido esperar, en su cuarto, el fin del mundo. Es un individuo que puede inyectarle ideas nuevas a los Marios. A lo mejor se sindicalizan y les da por construir un edificio alterno para vivir más despejados los unos de los otros. Cada uno se ha llevado algo de aquí. Aunque hay otros que van sin rumbo por los pasillos. Marios de días perdidos, del Absolutamente Nada. Hay Marios enérgicos. En el piso cinco, yace la mayor cantidad de Marios enfermos, con un catarro permanente. Los estornudos son las sílabas más pronunciadas. Del quince para arriba, los hay que se la pasan leyendo en sus camas. Muchos del piso dieciocho recuerdan a aquella muchacha, un poco grandecita y aindiada, con más nostalgia que enamoramiento. Se la pasan mirando por la ventana todo el día. Sin ver nada. Sólo el vacío albiceleste. Si tienen binoculares alcanzan la silueta de la Intraciudad, al este. Memoria queda al norte. Recuerdos al sur. Pero, fuera, puras nubes y tiempo ven los Marios del dieciocho.
Lo único que hacen los Marios es repetir y repetir hasta el infinito lo que hicieron ese día. Un edificio de 22 pisos. Para el 12 de junio de 2005, si el fin del mundo no ha llegado, inauguraré el piso número 23. Voy a rumbo de rascacielos.
Y un Mario le dice a otro Mario (dos meses menor) o no sé bien si le explica, ya que el tono del habla es particularmente ambiguo y sólo él sabrá. En fin, le habla y le habla te fijas Mario de febrero, que en el cuaderno cuando tomas notas y escribes tu ilegible letra viene una y pum, te sorprendes a ti mismo, porque el trazado es de Método Palmer y chas, tienes que borrarla porque no era la palabra que tenías que escribir sino la que pensabas. Mira, le contesta el menor, yo he estado en este edificio de 22 1/2 pisos más tiempo que tú. Al Mario (dos meses mayor) le intriga que su interlocutor haya respondido de manera soez y se marcha a barbotar incoherencias.
Y en el piso 6, el Mario 2373 piensa, abstraído, mientras ve la luz intermitente de algo que parece ser un electrodoméstico. Él sigue pensando que si voltea y vuelve su mirada hacia la luz intermitente, ésta durará más tiempo en pasar de un estado a otro, de destello a eclipsado o de eclipsado a destello, dependiendo de cuando Mario 2373 comenzó a mirar. En esa actividad pasa horas y no halla mayor regocijo que seguir y seguir, y no parar.
Hay 202 Marios esperando por la inauguración del piso 23. Hay otros pisos en construcción. Por el esqueleto estructural de los futuros pisos no se ve ningún Mario. La entrada al 23 está absolutamente restringida. Si quisiera predecir mi rostro sólo tendría que buscar en el pasado, en las fotos, donde el fluido del tiempo se detiene. Buscar no en las fotos mías, sino en las de Papá o Abuelo, del mismo modo en que mi Papá puede verse en el futuro escudriñando las fotos del suyo, Oscar Morenza, su padre, mi Abuelo, el esposo, el músico, el vecino. Sólo una vez me atreví a ver los primeros pisos, los del sótano. Allí hay una serie de habitaciones. Hay Marios. Muchos Marios embriones, a razón de diez por habitación. En cápsulas del tamaño de botellones de agua. Y no en literas como se exigió a partir del piso quince en adelante, a consecuencia de la proporción espacio-cantidad centímetros cúbicos de los Marios1. En el último de los pisos del sótano, hay un abismo que, deduzco, va a ninguna parte. El Mario 6305 se lanzó por ese precipicio y jamás se escuchó el estallido de ningún hueso contra superficie líquida o sólida. Según se murmura entre los Marios que lo conocieron mejor, entre el 6029 y 6394 –sus compañeros de año y piso– aquél sufrió un ataque de sensibilidad cuando nadie quiso escuchar su discurso y decidió eclipsarse, abandonar para siempre su estado de destello. Otras versiones señalan que peleó con el Mario 6306, su más cercano Mario, porque éste, al día siguiente, hizo lo contrario que el primero había planeado concienzudamente.
Cada once de junio se lleva a cabo un censo. Hasta ahora sólo se ha perdido un Mario de los 8237. Mañana, primero de enero, llegará el Mario que hoy escribe y ha decidido esperar, en su cuarto, el fin del mundo. Es un individuo que puede inyectarle ideas nuevas a los Marios. A lo mejor se sindicalizan y les da por construir un edificio alterno para vivir más despejados los unos de los otros. Cada uno se ha llevado algo de aquí. Aunque hay otros que van sin rumbo por los pasillos. Marios de días perdidos, del Absolutamente Nada. Hay Marios enérgicos. En el piso cinco, yace la mayor cantidad de Marios enfermos, con un catarro permanente. Los estornudos son las sílabas más pronunciadas. Del quince para arriba, los hay que se la pasan leyendo en sus camas. Muchos del piso dieciocho recuerdan a aquella muchacha, un poco grandecita y aindiada, con más nostalgia que enamoramiento. Se la pasan mirando por la ventana todo el día. Sin ver nada. Sólo el vacío albiceleste. Si tienen binoculares alcanzan la silueta de la Intraciudad, al este. Memoria queda al norte. Recuerdos al sur. Pero, fuera, puras nubes y tiempo ven los Marios del dieciocho.
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